sábado, diciembre 02, 2006

# 47




El presente cuento invita a los lectores de HR a que envíen mails a correo@revistacomiqueando.com.ar votando por nosotros en el Concurso Papa Fina 2006.

AGUIRRE, A DIRECCIÓN.

Así, con tono medio, sin gritos, casi con ternura la señorita Agheda me mandaba a comparecer ante la máxima autoridad imperante, tan sólo por un dibujo, un simple dibujito que me entretuvo gran parte del recreo largo, el del medio y parte de la hora de historia. Ustedes pensarán, mientras leen estas líneas que el dibujo en cuestión muy probablemente fuera alguna alusión sexual, como es común y hasta monotemático entre los preadolescentes, tal vez un pito, de esos esquemáticos, erróneos, de huevos redondotes y pelos como pinchos, o una de esas minas puro culo y tetas, de jeta fea pero chupadora, pero no, si piensan por ese lado la pifian porque lo que yo estaba dibujando y casi había terminado era a Manuel Belgrano, el mismo que viste calzas diría hoy un amigo mío proclive a los juegos de palabras, un Manuel Belgrano canchero, sentado muy choto el tipo en su despacho con cara pensativa, mirando de cote, así y peinado casi como un Mambrú, con todo el pelito para adelante. Un Belgrano buenísimo estaba haciendo hasta que me cacho la Agheda y me sacó la roja.

Pasa que estaba aburrido y las últimas páginas del Rivadavia de tapa dura que nos habían hecho comprar para historia, traían unos dibujos tramaditos en tinta marrón, buenísimos y uno era el tal Belgrano, vestido de civil, bah! Vestido como esos tipitos que a caballo y entre perros beagles y basset hounds cazaban un pobre zorro alrededor de la lata de té que tenía mi tía y que yo me pasaba horas mirando cuando la íbamos a visitar, vestido así, de chaqueta y calzas blancas, medio andrógino, pero a la vez distinto de los otros, siempre tan milicos, tan serios y patilludos, éste, Manuel, estaba ahí, como leyendo el diario y vino el pintor y lo retrató, además los únicos tipos que yo alguna vez había visto con calzas a esa altura de mi vida, además de los cazadores de zorros de la lata de mi tía, eran los súper héroes, pensándolo bien estoy mintiendo para esa altura también había visto a los bailarines de Rafaela Carrá todos medio en bolas refregándose con la tana que estaba como un tren y yo me acuerdo que los miraba, en realidad miraba a la tana y se me armaba un ardor en los huevos que en ese momento no entendía muy bien por qué se me armaba, pero me encantaba sentirlo. Bueno, me fui, me fui, lo reconozco y luego de pedir disculpas por la bifurcación en el relato, sigo, yo estaba dibujando al General, no Perón, Belgrano, porque después de la aparición del Peronismo en la historia argentina cuando uno dice ¨el General¨ inevitablemente se refiere al Pocho, y no, hay muchos otros, sin ir más lejos hasta Fontova ha llegado a ser general si mal no recuerdo, pero bueno yo estaba ahí con el dibujo y la señorita Agheda me enganchó y me mandó a la dirección, a ver al Señor Papetti, dueño del colegio y también director, un tipo grandote, rubión de voz profunda y seriedad pétrea, a tal punto imponía presencia el hombre que a nadie se le cruzaba por la cabeza durante esos años, cuando escuchaba la palabra ¨Papetti¨ pensar en el meloso y berreta saxofonista de los discos long play, uno pensaba si tenía el uniforme bien, si no estaba haciendo alguna cagada involuntaria y eso que yo era muy buenito, un nene educado y estudioso, jodón, buen compañero, nunca botonazo ni nada de eso, pero muy ubicado de mis responsabilidades, pero igual cuando me nombraban a Papetti un frío tan intenso como el ardor de huevos que me provocaba la Carrá, me corría por la espina y me dejaba aterido, asustado de muerte.

Me acuerdo que caminé por el patio vacío del colegio, después entré en la parte techada en donde se hacían los actos y paso tras paso me fui acercando a la puerta de la dirección, munido de mi Manuel Belgrano, que insisto, estaba buenísimo, y de un cagazo padre, el salón de actos me parecía una caverna inmensa que hacía retumbar en forma microfónica el golpe de mis zapatos contra el suelo al caminar, yo sabía que por cortas que fueran mis zancadas llegaría una, la última, la fatídica, la pérfida que me dejaría frente a la puerta de la dirección, que había que golpear esperando que del otro lado una voz grave dijera ¨Adelante¨ y ahí, cagaste, entrar, sentarse en una de esas sillas altas para grandes y sentirse chiquitito, condenado, desahuciado de toda suerte esperando la sentencia, como le pasaba a Starsky y Hutch cuando estaban jugadísimos y de golpe no se como se zafaban y salían intactos, pero yo no me llamaba Starsky ni me acompañaba Hutch, yo era Aguirre y me acompañaba Belgrano y difícilmente zafaríamos para el próximo capítulo, me sonaba que nos iban a cancelar la serie definitivamente.

Papetti abrió la puerta de su despacho, me miró, sonrió y me invitó con un gran gesto de su brazo derecho a ingresar a la oficina, y yo pasé ¿Qué iba a hacer sino? ¿Correr? ¿Irme? Pasé, sabía que estaba jodido, pero igual pasé serio, mirando para abajo, uno a esa edad todavía es chiquito, pero con cosas de grande, la voz se desdobla en dos personalidades como el muy famoso Doctor Jeckyll soltando sin previo aviso agudos tonos gallináceos, el bigote se pone tupido pero blandito, se mezcla la pasión por jugar con los autitos con las no muy claras ganas de tocarle las tetas a la hermana de Barraza, Barraza se sentaba conmigo y la hermana lo venía a buscar a la salida, la hermana tendría para esa época unos veinte años, morochita no muy alta, bocona y bastante tetona, cuando salíamos nos recibía con abrazos que yo disfrutaba en secreto, arriesgo que era el mejor momento del día allá en mi mundo de final de infancia, ella me abrazaba porque me conocía de bebito, porque suponía que yo era un nene que a ella la veía como a una hermana, pero a mi la proximidad con su piel suavecita, perfumada, provocativamente tibia, me ponían susceptible, si se me permite el eufemismo. Bueno como les decía, yo era chiquito, pero en ciertos asuntos, como mantener la hidalguía en la adversidad, me salía el grande y afronté la cita con Papetti con la misma torpe e incipiente adultez con la que afrontaba las tetas de Teresita, la hermana de Barraza.

La oficina era ordenada, una banderita argentina de tela calzadita en un mástil de madera sobre la parte derecha del escritorio, un reloj de pared redondo y lapidario a espaldas del Director, papeles acá y allá, el cenicero de vidrio esmerilado al ladito de la banderita y sobre él, descansando horizontal, un Particulares 30 armaba su caminito de humo azul hacia el techo, porque Papetti faseaba fuerte y no era raro hacerlo en la escuela, bah! En esa época la gente fumaba en la mayoría de los lados, no era como ahora que los yanquis decidieron que el testaferro de todos los vicios sea el cigarrillo y con cinismo, si bien no lo prohíben, le ponen inconveniencias a su consumo, como para ver hasta donde puede llegar un tipo que gusta de echar humo para defender sus libertades individuales. Papetti le daba duro a los cigarrillos negros y en su oficina ese olorcito aceitunoso que larga el Particulares era infaltable.

Yo miraba de acá para allá, mientras movía nerviosamente la hoja con el Belgrano que llevaba conmigo como prueba de mi delito, Papetti le dio una profunda última pitada al cigarrillo, lo apagó, lo machacó contra el cenicero, cerro el libro grandote forrado de azul con lunares blancos que tenía sobre el escritorio, del que minutos antes estuvo copiando datos, giró sobre la silla, lo guardó en un mueblecito que tenía exactamente detrás de él en un estante etiquetado con la palabra DOCENTES, se paró, dio unos pasos largos hasta la puerta que intercomunicaba su despacho con el de la secretaría, la abrió, asomó su cabeza hacia la otra habitación inclinando su largo cuerpo hacia delante, dejando un pie en el aire, en un gesto que se me ocurrió demasiado informal y joven para lo que era Papetti y le dijo a un interlocutor que yo no veía pero sabía que era su secretaria Virginia y su asesor contable el Señor Aquilano:

- Hasta que les avise por favor no me pasen llamadas ni nada ¿Sí?
Un ¨Si¨ con tono de pregunta capciosa, consulta imperativa por llamarlo de alguna manera y con su voz contundente aunque algo apagada por la puerta que apenas abierta, empujaba el sonido hacia la otra habitación.
Después cerró y recién ahí reparó en mí, me miró despacio, dueño de todo el tiempo del mundo y yo me quedé quietito como cuando me hacían las placas de tórax por los recurrentes problemas respiratorios que presentaba y tanto asustaban a mi vieja, así de quietito me quedé, casi conteniendo la respiración y Papetti se sonrió ladeado como solía hacerlo, se sentó en el filo externo del escritorio y me dijo:
- A ver ¿Qué anduvo pasando con usted que terminó acá? Cuénteme.

Porque hablaba medio campero, con un tono rozando el gauchesco y eso lo mostraba como un Martín Fierro educador, un Segundo Sombra didáctico y paternal.

Yo trate de hablar firme y seguro pero la voz traicionera me salió como un hilito, inaudible aún en la buena acústica del despacho de Papetti que al no entender un pepino de mi exposición me interrumpió diciéndome:

- M´hijo no se le oye nada, hable más fuerte, hable con potencia que sino, no me voy a enterar del asunto…

Esperó y yo en silencio lo miraba, y él me miraba a mí. Nos perforábamos los ojos mirándonos en silencio, como los cowboys cuando se batían a duelo todas las tardes de sábado en Canal Once, así de fijo nos mirábamos pero sin hablar, fue entonces que Papetti rompió la tenida diciendo:

- ¿Y? ¿Va a hablar o no va a hablar?
- Si, pe…perdón esperaba que usted me lo indique…
- Bueno ya se lo estoy indicando, hable y listo. Déle.

Y ahí empecé yo a explicarle que lo estaba dibujando al Belgrano éste, indicando con un índice tímido la hoja, que la Señorita me había descubierto y me había dicho ¨ ¿Usted no sabe que está prohibido dibujar próceres? ¨ y que yo utilizando la lógica le había contestado ¨¿Y cómo puede ser? si acá en el cuaderno, Belgrano también está dibujado, y en la Anteojito y en la Billiken aparecen él y todos los otros próceres y todos están dibujados ¿Usted está segura que está prohibido?¨ silogismo que encolerizó a Agheda que sin mediar nueva conversación sobre el tema me mandó con Papetti que ahora y con una sonrisa mal disimulada en los labios me miraba explicar el asunto con verborragia nerviosa y cierta ampulosidad de movimientos.

Papetti giró apenas, agarró el atado de arriba del escritorio, sacó un negro, lo golpeteó sobre la palma de la mano, lo aprolijó con dos dedos hasta dejarlo parejito, se lo llevó a la boca, para luego agarrar una caja grandota de Fragata, extraer un fósforo, rasparlo con la precisión que sólo adquieren ciertos movimientos que, fruto de la reiteración, se transforman en reflejos condicionados, unió luego la llama al extremo del cigarrillo, pitó con fuerza unas dos veces, exhaló el humo hacia el cielo raso y me miró, relajado.

- Buen punto ese – dijo
- ¿Cuál? – repuse yo sin entender hacia donde iba el asunto
- Ese, ese de que los próceres siempre que aparecen están dibujados, que es poco coherente entonces que esté prohibido dibujarlos…
- Bueno, no se…-yo no sabía si me estaba dando el dulce para después sacudirme o si muy por el contrario, apoyaba mi pensamiento, llamémosle con mucha gentileza, lateral. Entonces, ante tal incertidumbre, lo mejor era relativizar todo, porque se podía caer en la trampa y ¡Zacate! Terminabas auto condenándote y al castigo, el quilombo con tus viejos y todo, se sumaba el oprobio de ser tan boludo como para cavar con la propia lengua el pozo en donde enterrarse.

Papetti me miró, pegó una larga pitada, soltó humo por la nariz y repitió

- Sinceramente es muy buena su posición. Definitivamente…
Hizo una pausa y sonriendo pensando mucho lo que iba a decirme me preguntó
- ¿Y la maestra que le dijo? ¿Eh? Cuando usted le planteó su teoría ¿Le dijo algo? Cuénteme.
- …y no no me dijo nada, la Señorita Agheda no me dijo nada, ahí fue cuando me mandó para acá… es que yo estuve mal y…

y no es que yo pensara que estuve mal ni una mierda, es que quizá, si me mostraba grande de espíritu, reconocedor de mis errores, gentilhombre del auto reproche, Papetti se conmovería y yo en algún punto zafaría. Pero bueno ahí estaba yo con mi ¨Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa¨

- Paremos un poquito – Dijo Papetti – usted planteó un buen punto, si estuvo mal o bien dibujando en hora de clase, es otra cosa, pero su punto de vista es sólido y razonable. Si alguien dibuja próceres, entonces tal actividad no tiene prohibiciones aparentes ¿Hasta ahí estamos?
Me miró buscando mi ¨si, estamos, entiendo¨ y yo se lo dí raudo, sumándole un sumiso movimiento de cabeza.
- Entonces m´hijo, usted trate de no volver a distraerse en clase ¿Sabe? Y bueno, por otro lado, entienda un poco que en este país las cosas están medio mal por estos tiempos, que por ahora hay bastantes asuntos que están prohibidos y fuera de lógica.
Usted mi amigo, no solo faltó dibujando, a eso le sumó pensar…
Dijo eso y se sonrió pícaro.
- … Ahora vaya, vaya y si le pregunta la señorita, le dice que ya habló conmigo, pero no le aclara nada de lo que hablamos ¿Si?
- Si si
- Muy bien, vaya nomás

Me levanté despacito de la silla para grandes y muy lento me fui para la puerta del despacho, tratando de no hacer movimientos bruscos, tratando de pasar desapercibido, por alguna razón estaba saliendo ileso del asunto y no entendía muy bien por qué, así que por las dudas Papetti se arrepintiera mi salida del despacho pretendía ser imperceptible, inexistente.

Dos, tres, cuatro pasos, estiro la mano, tomo el picaporte, lo giro, abro la puerta, dejo pasar a todo el griterío del tercer recreo, que para esa altura desbordaba el patio en una mar de chicos exaltados jugando y corriendo, avanzo para irme definitivamente del atolladero cuando escucho a mis espaldas la voz grave de Papetti

- Aguirre…
Se me heló la espina dorsal, dicho en buen criollo, me cagué todo, pero bueno como ya lo he explicado, en esas circunstancias uno tiene que afrontar, girar, mirar al terror a los ojos y como si nada decir
- Si señor Papetti ¿Qué necesita?
- No…que al final no me mostró el dibujo ¿Me lo permite?
Y si, se lo tenía que permitir y se lo di, pensando que podía no gustarle, el tipo era pintor y dibujante, sabía del asunto y yo era un pichón, pensé también que podía pensar que lo había hecho muy puto, o poco parecido y que ahí me clavaba amonestaciones por chingar el parecido. No se pensé mil cosas mientras Papetti miraba mi Belgrano. Papetti miró el dibujo, hizo un gesto de aprobación con la cara arqueando la boca y haciendo un mudo si con toda su cabezota, me miró, sonrió amable y me dijo mientras movía el dibujo en su mano a modo de enseñarme que se refería a él
- Me lo regala
- …si…
no entendía y además en esa época me costaba horrores desprenderme de un dibujo mío, era como que tenía que tener todos y cada uno de los mamarrachos que hacía, ahora, que el profesionalismo me ha desapegado de lo que hago, que me ha acostumbrado a ver como mis dibujos se van bajo el brazo del o de los que me pagan por hacerlos, recuerdo esa sensación de pérdida que me causaba dar un dibujo y me río teniéndole cierta envidia a aquel pibito que fui. Lo cierto es que a Papetti yo no le podía decir que no y entonces se lo regalé y me fui rápido, mientras el director me regalaba un ¨Muchas gracias¨ me perdí entre los demás guardapolvos que hacían del tercer y último recreo un fervor blanco y entre figuritas mañeras que nunca caían en espejito, me saqué la tensión vivida.

Días después, Samudio (un verdadero especialista del quilombo a gran escala que se sentaba dos bancos delante del mío) me comentó que mientras recibía varias amonestaciones y reprimendas en el despacho de Papetti por haber rajado a fuerza de rompeportones un mingitorio, había visto sobre el escritorio un portarretrato con un dibujo de un tipo sentado, con pantalones ajustados y peinado medio maricón, que para él era un músico o algo así. Yo me reí.

Años después, me lo crucé a Papetti en una inauguración en cierta galería de arte, lo noté viejo y menos imponente, pero con destellos de aquella actitud, nos saludamos y mientras se prendía un Particulares me dijo:
- Ví trabajos suyos publicados acá y allá. Lo felicito, parece que nunca ha dejado de dibujar…
- Y no – le dije tímido
- Y también ví que hizo para cierta revista una caricatura de Belgrano
- Ciertamente ¿Qué le pareció?
- Que tampoco ha dejado de pensar. Me alegro.

Luego, cada quién se perdió en otras charlas de la vernisage.

1 comentario:

Alita dijo...

Esos eran directores...
Muy bueno.